22 de abril de 2011

Vida de perros

Hoy pintó bajón, que se yo, debe ser que está llegando la Pascua y es la primera vez que paso lejos de mi familia. También tiene que ver que empiezo a darme cuenta que me gusta ser lo que soy cuando estoy rodeado de esa gente que me hace bien. Y como que los extraño un poco.
A veces pienso que me da un poco de asco ser tan humano. Tan frágil, suceptible, imperfecto. Incluso eso de tener tantos prejuicios. Se dieron cuenta que sólo podremos ser libres cuando nos deshagamos de todos nuestros prejuicios? Sí, me pongo filosófico y filoso cuando me pinta el bajón. Seguro que me imaginan escribiendo en un cuarto todo oscuro, con un café y un cigarrillo encendido, pero se equivocan. Desde los primeros días de enero que no fumo. A veces quisiera fumar, pero en general no tengo muchas ganas e incluso cuando me bajo del tren me da un poco de asco sentir el olor de todos los que desesperados prenden un nuevo cigarro sin hacer un paso debajo del tren.
Asco, otra vez esa palabra.
Hace una semana murió mi perra. Se llamaba Millie, estaba viejita, ya ni podía moverse. Estuvo con nosotros 17 años. Diecisiete, para una perra, es una banda. Incluso lloré cuando me enteré. Lloré. Tan simple, tan humano. Estaba yo parado en la estación del tren, el día estaba gris. Hacía unos minutos habían dejado de caer las últimas gotas. Como si todo estuviese dispuesto y esperando a que yo me entere que la perra de mi infancia había muerto.
Antes que ella se fueron Lassie y Rocco. Lassie llegó después de Millie, ya era grandecita cuando se paró frente a casa porque mi hermana Madu le daba comida a escondidas de mi mamá. Fue también a escondidas de mi mamá cuando papá la entró a casa y la bautizó. Lassie era buena, incluso tanto que podías sacarle la comida de la boca con la mano y ni te miraba. Agachaba la cabeza como con miedo. También solía hacerse pis dormida. Era una santa. Tal vez fue por eso que nos dio tanto miedo el día que mamá le estaba dando una paliza a mi hermana y saltó el sillón de playa que poníamos en la puerta para que no pase ladrandole a mi vieja y a punto de morderla. Así de santa era. Santa y compañera. Cuando Lassie murió unos años después de agarrarse una de esas enfermedades de los perros que se ponen a vomitar y no comen. Ni siquiera fui a verla al veterinario porque esperaba que se cure y vuelva pronto y no quería verla mal. Nunca volvió. Desde entonces Pluto, que era el nombre de la veterinaria, pasó a ser una palabra horrible para mí.
Con Rocco fue distinto. Rocco llegó a casa después de la partida de Lassie. Rocco era uno de los cinco cachorros que tuvieron EL cocker de mi tía y su PERRA manto negro. Si, Fidel el pequeño se voltió a la gran Sasha y salieron un montón de cosas horribles. Rocco era negro como la noche y con el pecho blanco como la nieve. Tenía la estatura y apariencia de un cocker, pero con el pelo bien corto y alargado, una cola que llegaba hasta el suelo y unas orejas que no caían de manera natural, sino que en principio subían para luego decaer. Era malo el hijo de puta. En ocaciones no podíamos barrer porque se embestía contra la escoba con el hocico abierto y lleno de saliva. Los colmillos punteagudos que eran algo grandes para ese hocico. Tampoco podíamos jugar en el patio porque si corriamos mucho nos mordía los talones. Mis viejos y yo nos mudamos al departamento, por lo que Rocco (y Millie, claro) se quedaron en aquella casa con mi hermana (la Madu, claro). Un día sonó el teléfono de casa y cuando atendí la escuché a mi hermana llorar desesperadamente. Rocco se nos había ido.
"La Millie nos va a enterrar a todos", solíamos decir en broma. Pero ya este último tiempo le costaba pararse y estaba un tanto ciega y otro sorda, pero siempre nos reconocía. Siempre nos ladraba llorando y se ponía con la panza arriba para que la acariciemos un rato. Se abría de piernas, no piensen que era puta, más no hubiera querido yo, pero mamá la mandó a castrar antes de que se alzara por primera vez. Murio virgen. Virgen, con problemas de cadera, un tanto ciega, un tanto sorda y sin todos sus hermanos perros. Realmente se merecía morir en paz.
Eso me reconforta. Que murió en paz. Tan humanamente que no me da asco, sino ternura y un poco de envidía. Porque aunque no existe nada después de la muerte, yo la puedo imaginar jugando con Lassie y Rocco, y con todos los perros de la cuadra, como El Sancho, Laica, Jerry, Clay, el Oso, Samantha y todos esos que me ladraban cuando de niño jugaba, corría y saltaba, pensando que jamás se irían de mi lado.

7 de abril de 2011

El post que no fue

Estaba muy contento con las fotos que venía tomando con el celular. Es que acá uno ve cosas muy curiosas que forman parte de un paisaje tan cotidiano que a quienes viven hace mucho tiempo por estos pagos ya ni lo notan. Bueno, yo sí. Yo sí porque no deja de llamarme la atención.