Ella, que todo lo convertía en una tragedia de proporciones bíblicas, me miró con sus ojos llorosos, mientras yo caminaba hacia la puerta. Sabía qué iba a decirme, ella sabía cual sería mi respuesta ante su llanto. Así que ahorrándonos obvias palabras, giré la rumbrada llave y la puerta gritó como un becerro cuando lo degollan.
Monté mi caballo y entre la bruma me alejé de aquella casa, en la cual ningún hombre pudiera ser feliz, no porque no quisiese, sino porque todo era una mentira.
3 comentarios:
:-o
jajajja
:-|
O mi god! jaja así en criollo. Que siga que siga, que sea más largue que un sorbo de mate.
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